martes, 18 de agosto de 2009

La Virgen de Agartha




LA VIRGEN DE AGARTHA.

Frya era blanca como la nieve al levantarse el sol, y el azul de sus ojos competía con el arco iris.

¡Hermosa Frya! Como los rayos del Sol brillaban los mechones de sus cabellos, tan finos como telas de araña.

¡Inteligente Frya! Cuando abría sus labios, los pájaros cesaban de cantar y las hojas de estremecerse.

¡Poderosa Frya! Mirando a sus ojos el león se arrojaba a sus pies y la víbora retenía su veneno.

¡Pura Frya! Su mirada era miel y su bebida el rocío recogido de las copas de las flores.

¡Sensata Frya! La primera lección que enseño a sus hijos fue el AUTOCONTROL, y la segunda el amor a la virtud; Y cuando crecieron les enseño el VALOR DE LA LIBERTAD; Pues ELLA decía: “SIN LIBERTAD TODAS LAS OTRAS VIRTUDES SIRVEN PARA HACERLOS ESCLAVOS, Y PARA DESGRACIAR VUESTRO ORIGEN.”

¡Generosa Frya! NUNCA PERMITIO QUE SE EXTRAGERA METAL D ELA TIERRA EN SU PROPIO BENEFICIO, Y CUANDO LO HIZO FUE PARA USO GENERAL.

¡Felicísima Frya! Como la multitud de estrellas en el firmamento, sus hijos se agruparon a su alrededor.

¡Prudente Frya! Cuando vio que sus hijos alcanzaron la séptima generación, los cito a todos en Flyland, y allí les dio su TEX, diciendo: “Que sea vuestra guía y nada malo os ocurrirá.”

¡Exaltada Frya! Cuando así había hablado, la Tierra se conmociono como el mar de Wr-alda. La tierra de Flyland se hundió bajo sus pies, el aire se obscureció por las lágrimas, y cuando ellos buscaron a su madre, ésta se había elevado ya hacia su estrella de vigilancia; Entonces el trueno rompió en las nubes y el rayo escribió en el firmamento: “¡VIGILAD!”

¡Previsora Frya! La tierra desde la que se había elevado era ahora un torrente, y excepto su TEX, todo lo que estaba en ella estaba sumergido.

¡Obedientes hijos! Cuando volvieron en si de nuevo, hicieron este alto montículo y construyeron esta alta ciudadela sobre el, y en las paredes escribieron el TEX, y para que todos pudieran encontrarla llamaron a aquella zona TEXLAND. Por tanto permanecerá mientras la Tierra sea la Tierra.

Extracto del “OERA LINDA” del libro “La otra Atlántida” de Robert J. Scrutton.